Miguel Ángel Valero
Un estudio de Crédito y Caución ha revisado las perspectivas de crecimiento económico global elaboradas en marzo de este año. En conjunto, se espera que el dinamismo de la economía mundial se mantenga moderado, con un 2,4%, tanto en 2025 como en 2026. Esto supone una revisión a la baja para todos los principales mercados, motivado por los numerosos cambios políticos e incertidumbres que está generando Trump y sus aranceles, entre otras medidas.
Así, el crecimiento medio del PIB mundial se ha reducido un 0,2% para este año y un 0,4% para 2026. En cuanto a la zona euro, se verá muy afectada por la menor demanda derivada de la guerra comercial, con un recorte del 0,4% para 2026 sobre las previsiones de marzo. Así, se estima un ligero crecimiento del 1,1% en 2025, y de apenas el 0,8% el próximo año.
Aunque se espera que la inflación continúe su descenso gradual, siguiendo la evolución del primer semestre de 2025, una escalada de las tensiones comerciales entre la Unión Europea y EEUU puede lastrar aún más el crecimiento y reavivar las presiones inflacionistas.
Una reescalada de la guerra comercial a niveles similares a los de abril provocaría una paralización casi total de la economía mundial en 2026. La previsión es que la incertidumbre geopolítica persista, aunque se estabilice la política comercial. Además, es más probable que se produzcan perturbaciones de la oferta, como la crisis energética relacionada con la invasión rusa de Ucrania o el conflicto en Oriente Medio. Esto podría aumentar el riesgo de crisis económicas globales.
Natixis: España seguirá creciendo el 2% anual, por encima de la UE
Frente a estos malos augurios, el optimismo gana terreno en las previsiones económicas para España: el panel de expertos de Funcas ha revisado al alza la expectativa de crecimiento, situándola en un 2,6% para este año. Este impulso viene respaldado por el sólido comportamiento del PIB en el segundo trimestre y una demanda interna en expansión. De cara a 2026, aunque se espera que el contexto internacional siga ejerciendo presión, limitando el crecimiento, los analistas destacan que el empleo y la actividad económica mantendrán este buen ritmo.
En este contexto, Natixis CIB ha elaborado el informe ‘Zona euro: análisis del crecimiento potencial para 2030’, en el que comenta que los países de la Eurozona se han enfrentado recientemente a dos importantes crisis, la pandemia y el resurgimiento de una inflación de dos dígitos. Sin embargo, a la hora de abordar la recuperación, se encuentran diferencias notables entre países.
Desde finales de 2022, España y Portugal han alcanzado una tasa de crecimiento similar a la registrada antes de la pandemia y la crisis financiera de 2008, mientras que Alemania está sufriendo una contracción, impulsada por los retos a los que se enfrentan su industria automovilística y de alto consumo energético.
De cara a los próximos años, el análisis sostiene que España mantendrá una tasa de crecimiento potencial por encima del resto de países, en torno al 2% anual, impulsada principalmente por las ganancias en productividad intrasectorial y las mejoras en el capital humano. No obstante, también añade que la tasa de crecimiento potencial podría ralentizarse en comparación con el comienzo de esta década.
Según Natixis CIB, en las próximas décadas los países de todo el mundo se enfrentarán a cambios estructurales que impactarán en su crecimiento potencial, como el envejecimiento de la población o la transición ecológica, una razón por la que la renovación y el aumento del capital humano y físico seguirán siendo cruciales para preservar el crecimiento económico.
The Trader: España crece pero apoyada en el empleo
El analista Pablo Gil, en The Trader, aporta una visión más negativa: "España sigue creciendo, pero lo hace apoyándose casi en exclusiva en el empleo. La productividad permanece estancada y la AIReF prevé que así continúe hasta 2029, con un 0% de avance por ocupado. Es el reflejo de un modelo extensivo: más personas trabajando, pero sin que cada hora de trabajo produzca más riqueza. El resultado es un país que suma PIB gracias al aumento del empleo —fundamentalmente inmigrante—, pero que no logra cerrar la brecha de renta per cápita con la Eurozona".
El problema se agrava con un mercado laboral lleno de tensiones: absentismo disparado, más de 150.000 vacantes sin cubrir y una tasa de paro que sigue en el 11%. La paradoja es evidente: faltan camareros, sanitarios o conductores mientras más de dos millones de españoles permanecen en paro. Además, buena parte del nuevo empleo se concentra en sectores de baja productividad. como son la construcción, información y comunicaciones, agricultura, servicios personales y empleo doméstico, lo que perpetúa el círculo vicioso.
El riesgo de fondo es consolidar un modelo de crecimiento que no mejora el bienestar real. En 2006 nuestra renta per cápita estaba un 5% por encima de la media europea; hoy está un 8,5% por debajo. La falta de inversión, la baja rentabilidad empresarial y el envejecimiento poblacional refuerzan un techo que cada vez parece más bajo.
"El debate no es si España puede seguir creciendo, sino cómo hacerlo de un modo que genere más productividad, mejores salarios y un futuro más sostenible", subraya.
Además, Ursula von der Leyen se enfrenta a uno de los momentos más difíciles de su mandato. Apenas diez meses después de iniciar su segundo periodo al frente de la Comisión, se le reprocha el pacto comercial con Estados Unidos considerado demasiado favorable a Trump, la conclusión acelerada del acuerdo con Mercosur que enfurece a los agricultores, el retroceso en políticas climáticas y su silencio ante el conflicto de Gaza. A ello se suman tensiones institucionales tras la moción de censura de julio y el riesgo de nuevas votaciones que podrían repetirse como un ejercicio recurrente de desgaste político.
La presidenta de la Comisión Europea se ve arrastrada un ejercicio de supervivencia. No tiene demasiados logros que exhibir y ve cómo su coalición de apoyos se resquebraja. Los socialistas, liberales y verdes critican su gestión, incluso dentro de su propio Partido Popular Europeo hay voces disconformes, y los extremos políticos aprovechan cada tropiezo para debilitar aún más su posición. El resultado es una Europa que transmite imagen de división y falta de liderazgo en un momento de máxima tensión internacional.
A este escenario se suma un factor que está reconfigurando por completo el tablero político europeo: la inmigración. Lo que hace apenas unos años era un debate secundario, hoy es uno de los principales determinantes del peso de los futuros gobiernos. Y no solo afecta a quienes gobiernan, sino especialmente a quienes capitalizan el descontento desde la oposición. Desde Reino Unido hasta España, los partidos que abanderan posturas más radicales marcan la agenda y arrastran a los tradicionales hacia posiciones cada vez más restrictivas.
Italia es el caso paradigmático. Giorgia Meloni ha convertido la inmigración en el eje de su mandato y, pese a sus propuestas polémicas en la escena internacional, ha logrado consolidar un liderazgo de casi tres años al frente del país. En Reino Unido, Nigel Farage, sin ocupar el poder, ha conseguido condicionar el debate con un mensaje duro contra la inmigración que ha elevado su intención de voto y forzado a los grandes partidos a endurecer su discurso. España reproduce esa misma dinámica: Santiago Abascal ha situado la inmigración en el centro de su estrategia, presionando tanto que incluso partidos moderados han endurecido su posición en temas como el control de fronteras o la gestión de menores no acompañados.
En Francia y Alemania, el viraje es más pausado, pero igual de claro. Marine Le Pen y la AfD han dejado una huella profunda: desde la crisis migratoria de 2015 el debate no ha dejado de escalar y hoy los grandes partidos se ven obligados a mover líneas rojas que parecían intocables.
El dilema de fondo es que Europa avanza hacia un modelo cada vez más restrictivo en materia migratoria, justo cuando su pirámide demográfica apunta en la dirección contraria. Con tasas de natalidad muy por debajo del nivel de reposición, la falta de mano de obra es un problema estructural que amenaza el futuro productivo y el sostenimiento del estado del bienestar. "La paradoja es evidente: aquello que hoy se combate con firmeza puede convertirse en la única solución viable para sostener la economía europea en el futuro", advierte Pablo Gil.
Europa lidia así con una doble amenaza: la división política interna que debilita a sus instituciones y un dilema migratorio que puede ser a la vez el mayor problema y la mayor solución de su tiempo. Si no se gestiona con inteligencia y visión de futuro, el continente corre el riesgo de enfrentarse a una crisis demográfica y económica de dimensiones históricas.
Hace un año Mario Draghi entregaba sus 383 recomendaciones para sacar a Europa del letargo frente a EEUUs y China. Ursula von der Leyen recogió el testigo con el “Competitiveness Compass”, pero el balance es pobre: solo se ha implementado un 11,6% de las propuestas. Lo aprobado se limita a reducciones de burocracia y tímidos pasos en defensa común, mientras lo esencial (un verdadero mercado único y cesión de competencias) sigue bloqueado por los Estados.
El problema no es solo lo poco que se ha hecho, sino que el resto del mundo no espera: China avanza a toda velocidad en tecnologías como los coches autónomos o los drones urbanos, y EEUU protege su industria con políticas cada vez más agresivas.
Al déficit de competitividad se suma ahora una creciente fragilidad política. Francia, tradicional motor de la integración europea, vive una crisis institucional inédita. Emmanuel Macron ha nombrado a su tercer primer ministro en un año, en medio de protestas masivas, una moción de destitución y una huelga general. El presidente, que quiso erigirse en referente europeo frente a Putin y en defensor del Estado palestino en la ONU, se enfrenta hoy a un país dividido, con un 64% de los ciudadanos pidiendo su dimisión. La inestabilidad francesa debilita a toda Europa.
En Alemania, la otra gran potencia del continente, la situación tampoco es halagüeña. El partido ultraderechista AfD ha triplicado sus votos en Renania del Norte-Westfalia, el Estado más poblado del país, alcanzando el 16,5% en elecciones municipales. Un dato con gran carga simbólica, porque demuestra que su avance ya no se limita al este del país. A nivel federal, la AfD encabeza las encuestas con el 25%, por delante incluso de la CDU del canciller Merz. La erosión de los partidos tradicionales y el auge populista son una amenaza directa a la estabilidad política del principal motor económico europeo.
Y el Reino Unido tampoco escapa a la tormenta. Más de 100.000 personas se manifestaron en Londres contra la inmigración, convocados por el líder ultra Tommy Robinson, en una marcha marcada por la violencia que dejó 26 policías heridos y 25 detenidos. El mensaje fue claro: un creciente sector de la sociedad británica rechaza de plano la inmigración y busca referentes en líderes extremistas, con el apoyo explícito de figuras internacionales como Elon Musk. Este fenómeno refleja cómo las tensiones identitarias, lejos de remitir tras el Brexit, siguen alimentando la fractura política y social del país.
Europa, un año después del informe Draghi, no solo ha hecho muy poco por recuperar competitividad. Ahora además enfrenta la fractura política interna en sus países clave y un auge populista que mina su cohesión. La advertencia de Draghi de que se trata de un reto “existencial” resuena más fuerte que nunca: sin cohesión política y sin ambición tecnológica, el continente corre el riesgo de quedar atrapado entre una China que avanza y unos Estados Unidos que protegen lo suyo con dureza.
El futuro europeo se juega en dos frentes: recuperar competitividad y sostener estabilidad política interna. Hoy no está ganando en ninguno de los dos. Mientras Draghi pedía un 'big bang' para Europa, lo que vemos es una parálisis creciente: protestas en Francia, populismo en ascenso en Alemania y radicalización en el Reino Unido. "El riesgo es claro: si Europa no despierta pronto, pasará de ser un actor global a un simple espectador en la disputa entre Washington y Pekín", advierte Pablo Gil.
Problemas con China
A toda esta situación se suma que las empresas europeas vuelven a enfrentarse a retrasos en la obtención de tierras raras procedentes de China, lo que está generando pérdidas económicas.
Tras la imposición de aranceles por parte de EE UU durante el Liberation Day, China endureció sus controles sobre la exportación de minerales críticos, extendiendo el perjuicio también sobre Europa. Los fabricantes europeos, especialmente del sector automovilístico, han sufrido interrupciones en la producción e incluso cierres temporales.
En julio, durante una cumbre entre la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, y el presidente chino, Xi Jinping, éste se comprometió a agilizar la concesión de licencias de exportación. Sin embargo, dos meses después, los obstáculos persisten: de las más de 140 solicitudes presentadas desde abril, menos de una cuarta parte han sido aprobadas por las autoridades del país asiático.