Miguel Ángel Valero
Cuando está a punto de celebrar sus primeros seis meses de regreso a la Casa Blanca, Donald Trump ha convertido su segundo mandato en una avalancha política. Desde la aprobación de su ambiciosa Ley Fiscal hasta los ataques quirúrgicos en Irán y la militarización de las fronteras, su presidencia avanza a toda velocidad, ganando terreno, sí, pero sembrando también incertidumbre y alarma.
La llamada “One Big Beautiful Bill”, ("Una gran y hermosa factura") una mega ley presupuestaria de 3,4 billones$, es el símbolo de esta nueva etapa. Esta legislación extiende los recortes fiscales de su primer mandato, que estaban próximos a expirar, e introduce nuevas exenciones como la eliminación total de impuestos sobre propinas y horas extra. También asigna más de 150.000 millones$ a la política migratoria, incluyendo la continuación del muro en la frontera sur, la ampliación de centros de detención y el refuerzo del personal de ICE. Además, introduce recortes drásticos a programas sociales como Medicaid, cupones de alimentos y asistencia federal para vivienda, medidas que según la Oficina Presupuestaria del Congreso, podrían afectar a millones de familias de bajos ingresos. El coste estimado en términos de deuda es inmenso: economistas advierten que el déficit federal podría ampliarse significativamente en los próximos años, con efectos estructurales sobre la sostenibilidad fiscal de Estados Unidos.
Desde enero, Trump ha relanzado su guerra comercial, imponiendo nuevos aranceles que han sacudido al dólar, han forzado acuerdos exprés con China, Reino Unido y Vietnam, y deja viva la amenaza de un rebrote inflacionario. La economía, sin embargo, mantiene el pulso: el empleo sigue creciendo y las Bolsas han tocado máximos tras la moderación de amenazas arancelarias. Pero muchos economistas advierten de que la factura fiscal e inflacionaria podría llegar más adelante. Jerome Powell, presidente de la Reserva Federal, ha afirmado que los tipos ya se habrían reducido si no fuera por los aranceles impuestos por Trump, y prevé un repunte de la inflación este verano precisamente por la guerra arancelaria.
En política migratoria, las entradas ilegales se han desplomado un 93% según datos oficiales, pero los sectores dependientes de mano de obra extranjera, como la agricultura y la hostelería, ya empiezan a resentirse. Además, las deportaciones masivas, los nuevos centros de detención y la intervención de la Guardia Nacional en ciudades como Los Ángeles han reavivado las protestas sociales, con lemas como “No Kings".
En política exterior, Trump ha bombardeado instalaciones nucleares iraníes y logrado que la OTAN prometa aumentar el gasto en defensa. Pero su promesa de frenar la guerra en Ucrania sigue sin cumplirse, mientras Rusia avanza y la diplomacia con Moscú está estancada.
Todo esto se enmarca en una ofensiva más amplia: la expansión del poder ejecutivo. Trump ha comenzado a cuestionar la independencia del Congreso en materia presupuestaria, busca controlar el nombramiento del próximo presidente de la Reserva Federal y ha multiplicado las órdenes ejecutivas.
Pero el frenesí reformista tiene un precio. La percepción pública de Trump ha comenzado a deteriorarse: su aprobación ha caído del 52% al 46% desde enero. Y su ley fiscal, aunque celebrada por las élites conservadoras, es profundamente impopular. Los demócratas, en aparente letargo tras la derrota electoral, parecen estar encontrando de nuevo una bandera común: defender las ayudas sociales y frenar lo que muchos perciben como un giro autoritario. Porque más allá de las medidas concretas, lo que está en juego es el sistema democrático estadounidense sustentado en ciertos pilares institucionales que durante décadas protegieron la democracia, como el sistema bipartidista, las competencias compartidas entre poderes y la descentralización electoral.
La lógica del votante medio, que garantizaba que los partidos se mantuvieran cerca del centro político, ha sido reemplazada por una dinámica polarizada en la que las bases votan más por lealtad que por moderación. Esto ha permitido a Trump y su entorno controlar el Partido Republicano con mano de hierro, amenazando con destruir políticamente a cualquiera que se desvíe de la línea MAGA (Make America Great Again, Haz a los EEUU grande otra vez o Que EEUU vuelva a ser grande. Además, el sistema electoral descentralizado, que antes era una garantía contra el fraude, se ha convertido en un campo de batalla vulnerable. Unos pocos funcionarios leales en estados clave podrían inclinar el resultado de futuras elecciones.
"Donald Trump ha cumplido muchas de sus promesas, y lo ha hecho con una velocidad inédita. Pero su segundo mandato no solo representa una agenda política agresiva, sino una transformación institucional de gran calado. Bajo la apariencia de legalidad y siguiendo las reglas del juego, está redibujando los límites del poder presidencial, debilitando el equilibrio entre poderes y poniendo a prueba los cimientos de la democracia estadounidense. El desenlace de esta historia dependerá de si las instituciones, la oposición y la ciudadanía son capaces de frenar esta deriva o si, como temen muchos, ya es demasiado tarde. El tiempo dirá si estamos a las puertas de la 'edad de oro de los EEUU' como proclama Trump, o al inicio del declive del imperio estadounidense", subraya el analista Pablo Gil en The Trader.
Los BRICS, frente a America First
La política de Donald Trump de “EEUU primero” ha devuelto las guerras arancelarias y las sanciones unilaterales al centro del tablero geopolítico. Esta nueva oleada de proteccionismo genera inquietud no solo entre sus socios comerciales tradicionales, sino también entre las potencias emergentes del bloque BRICS.
Los BRICS es una asociación económico-comercial de las 5 economías nacionales emergentes que en la década de los 2000 presentaban un gran potencial de desarrollo. El nombre de la formación son las iniciales de los 5 primeros Estados miembros plenos: Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica y fue creado en 2010 tras la incorporación de Sudáfrica a la ya existente organización BRIC.
En agosto de 2023, en la XV Cumbre de los BRICS, en la ciudad de Johannesburgo, Sudáfrica, se anunció la entrada para el 1 de enero de 2024 de 6 nuevos países como Estados miembros plenos, aunque solo Egipto, Emiratos Árabes Unidos, Etiopía e Irán lo hicieron efectivamente. El presidente de Argentina, Javier Milei, rechazó la entrada del país en el grupo. Y Arabia Saudita no concluyó las formalidades de ingreso. Por lo tanto, actualmente son 10 los Estados miembros plenos.
En octubre de 2024, en la XVI Cumbre, en la ciudad de Kazán (Rusia) los BRICS crearon, para el 1 de enero de 2025, la categoría de Estados miembros asociados. Estos países son estados observadores que no son oficialmente parte del bloque BRICS, pero que reciben apoyo de los miembros de BRICS. Se le conoce informalmente como BRICS+. El 30 de diciembre de 2024, Arabia Saudita y Turquía decidieron no ingresar. 13 países fueron aceptados como Estados miembros asociados: Argelia, Bielorrusia, Bolivia, Cuba, Indonesia, Kazajistán, Malasia, Nigeria, Tailandia, Turquía, Uganda, Uzbekistán y Vietnam.
Ahora, la reacción es más contundente que nunca. Durante la reciente cumbre celebrada en Río de Janeiro, los líderes de los BRICS elevaron el tono contra los aranceles. Aunque su declaración conjunta evita mencionar directamente a EE UU, el mensaje es inequívoco: rechazan frontalmente las amenazas arancelarias de Trump, su política de sanciones extraterritoriales y el uso de la fuerza como herramienta diplomática. Entre líneas, la cumbre se ha convertido en un contrapeso explícito a la visión unilateral y nacionalista que representa Trump.
El presidente brasileño Luiz Inácio Lula da Silva, anfitrión de la cumbre, calificó de “irresponsables” las amenazas arancelarias proferidas por Trump a través de las redes sociales, y pidió reducir la dependencia del comercio global respecto al dólar. Su postura fue respaldada por el presidente sudafricano Cyril Ramaphosa, quien lamentó que, ante una manifestación positiva de cooperación global, haya quienes pretendan castigar a quienes intentan hacer el bien en el mundo. Aunque otros líderes optaron por una postura más cautelosa, el tono del cierre fue inequívoco: las potencias emergentes no están dispuestas a permanecer pasivas ante los ataques comerciales de Washington.
La declaración conjunta del bloque —que representa el 49 % de la población mundial y cerca del 40 % del PIB global—opta por la claridad: oposición a los aranceles distorsionadores del comercio, críticas al gasto militar global y condena a los bombardeos en Irán y Gaza. Aunque sin nombrar directamente a EEUU ni a Israel, el contenido deja poco espacio para la ambigüedad.
En paralelo, los BRICS insisten en presentarse como alternativa al viejo orden internacional. Respaldan el Acuerdo de París para combatir el cambio climático, defienden el papel de la OMS (Organización Mundial de la Salud) y reclaman una gobernanza global para el desarrollo de la inteligencia artificial.
Mientras Trump refuerza su estrategia de repliegue, el bloque busca ocupar el vacío con una narrativa que promueve el multilateralismo, la cooperación Sur-Sur y la reforma de las instituciones globales.
La ampliación del grupo, que incluye ya a países como Egipto, Irán, Etiopía e Indonesia, y la colaboración con socios como Vietnam, Nigeria o Kazajistán, refuerzan la ambición de convertirse en el interlocutor legítimo del sur global. Sin embargo, los retos internos siguen vigentes: las divergencias geopolíticas entre miembros, los vínculos bilaterales con EEUU, el recelo hacia el liderazgo chino, y la falta de institucionalidad dificultan una acción realmente coherente y eficaz.
La respuesta de Trump no se hizo esperar. Desde su red Truth Social, amenazó con un arancel adicional del 10 % a cualquier país que respalde las “políticas antiamericanas” de los BRICS. El impacto fue inmediato: las divisas emergentes cayeron con fuerza y el rand sudafricano lideró las pérdidas. Para muchos analistas, esta reacción evidencia que el conflicto ya no es solo comercial, sino profundamente político y estratégico.
"La cumbre de Río no fue solo un encuentro simbólico. Fue una señal clara de que el orden global está cambiando. Si EEUU continúa apostando por el unilateralismo, otros actores están dispuestos a reorganizar el sistema en torno a nuevas reglas. El desafío para los BRICS será demostrar que pueden traducir su discurso en acción y que son algo más que una alianza de conveniencia. Si lo consiguen, podrían convertirse en un verdadero contrapeso global. Si no, seguirán atrapados entre el gesto político y la fragmentación", señala Pablo Gil.