Miguel Ángel Valero
Francia se enfrenta a una de sus crisis más delicadas en décadas. El primer ministro François Bayrou encara una moción de confianza el lunes 8 de septiembre con casi todas las papeletas en contra. La oposición, desde el ultraderechista Jordan Bardella hasta el socialista Olivier Faure, ya ha anunciado un “no” rotundo. Y lo que está en juego va mucho más allá de la supervivencia de un gobierno: se trata de la capacidad de Francia para controlar el mayor déficit presupuestario de la Eurozona y sostener su credibilidad financiera.
El problema es estructural. Bayrou ha puesto sobre la mesa un plan de recortes y subidas de impuestos por valor de 44.000 millones€, con el objetivo de reducir el déficit del 5,4% al 4,6% del PIB. Pero el país lleva meses atrapado en un bloqueo político desde que las elecciones anticipadas del año pasado dejaron un Parlamento dividido e ingobernable. Ahora, con huelgas convocadas para este mes y la posibilidad de nuevas elecciones legislativas —incluso presidenciales anticipadas—, la incertidumbre se multiplica.
Los mercados ya están tomando nota. El diferencial de la deuda francesa frente a la alemana se ha disparado hasta niveles no vistos desde enero, reflejo de la desconfianza de los inversores, como se puede observar en el gráfico.
Esa tensión financiera se explica por una fragilidad estructural: Francia, antaño motor de crecimiento económico del continente, lleva años recurriendo a un endeudamiento masivo que no se ha traducido en dinamismo. Hoy acumula una deuda pública del 113% del PIB —una de las más altas de la Eurozona— y un déficit presupuestario cercano al -6%, mientras su crecimiento anual apenas roza el 0,8%. A esto se suma un desempleo del 7,5%, muy por encima de la media europea, y un déficit por cuenta corriente superior a los 3.000 millones de euros.
En este contexto, cada día que pasa sin una solución política aumenta el coste de gestionar su deuda, se frena la inversión privada, y amenaza con frustrar una recuperación económica todavía incipiente. Francia se ha convertido así en el eslabón débil de la Eurozona: un país atrapado entre la parálisis política y la incapacidad de transformar deuda en crecimiento sostenible.
Macron, cuyo mandato termina en 2027, ha cerrado filas en torno a Bayrou y descarta dimitir, pero su margen de maniobra es cada vez más estrecho. Si el gobierno cae, Francia se adentrará en un terreno incierto: desde elecciones que podrían reforzar a la extrema derecha hasta un vacío de poder que paralizaría la gestión de las cuentas públicas.
La moción de confianza del 8 de septiembre no solo decidirá el futuro de Bayrou, "sino la credibilidad de Francia como Estado capaz de gestionar su deuda y su economía. Si fracasa, el país podría quedar atrapado entre la parálisis política y la presión de los mercados, abriendo un periodo de inestabilidad que pondrá a prueba tanto a Macron como a la propia cohesión europea", advierte el analista Pablo Gil en The Trader.