El Camino de la diversificación

Miguel Ángel Valero

Nada más lejos de mi intención que sugerir que el Camino de Santiago, como al parecer las vacaciones de algún político, esté sobrevalorado. Sigue siendo, de lejos, la ruta de peregrinación por excelencia en España. Pero no es la única. Y en ese debate abierto en torno a la decisión que debe tomar Cojebro para los próximos años sobre cómo seguir con los Caminos Solidarios tras nueve ediciones (la de 2026 ya está convocada: del 19 al 25 de septiembre), puede ser una opción iniciar la ruta de la diversificación.

Por ejemplo, el Camino del Cid, que recorre los lugares que aparecen en el Cantar de Mio Cid. Es extenso, ya que atraviesa ocho provincias: desde Burgos hasta Alicante, pasando por Soria, Guadalajara, Teruel o Valencia. 

O el Camino Ignaciano, que recrea el viaje que hizo Ignacio de Loyola en 1522 desde Azpeitia (Guipúzcoa) hasta Manresa (Barcelona), donde se encuentra la Cueva de San Ignacio, lugar clave en su conversión. Esta ruta de 700 kilómetros atraviesa País Vasco, La Rioja, Navarra, Aragón y Cataluña, y está pensada para una experiencia espiritual profunda, no solo religiosa, con un fuerte componente de reflexión y autoconocimiento. Son 27 etapas que suman 650 kilómetros, casi como el Camino de Santiago (780 kilómetros).

También se puede seguir a una santa. La Ruta Teresiana, de 120 kilómetros (un poco más que los Caminos Cojebro Solidarios) unen la ciudad donde nació Teresa de Jesús, Ávila, con Alba de Tormes, donde murió, pasando por  Fontiveros, Mancera o Macotera. El Camino del Sur recorre 107 kilómetros, mientras que si el peregrino escoge el Camino del Norte recorrerá 117 kilómetros. Al final recibirá la Andariega.

O la Ruta Mariana, que enlaza cinco santuarios dedicados a María, la madre de Jesús de Nazaret: El Pilar (Zaragoza), Torreciudad (Huesca), Montserrat (Barcelona), Meritxell (Andorra) y Lourdes (Francia). A lo largo de más de 1.000 kilómetros, esta ruta conecta devoción, arte sacro y naturaleza.

En Asturias está el Camino de San Olav, que conecta Gijón con Covadonga, pasando por Nava y Piloña. Y que toma su nombre del patrón de Noruega.

En Cantabria está el Camino Lebaniego, que conecta San Vicente de la Barquera con el monasterio de Santo Toribio de Liébana, uno de los lugares santos de la cristiandad junto a Roma, Jerusalén, Santiago de Compostela y Caravaca.

La afluencia de peregrinos a este lugar está registrada desde la Edad Media. En el monasterio al que se dirigen descansan los restos de Toribio, que nació en el siglo V en Astorga, decidió vender todas sus posesiones y marchar a Jerusalén, donde fue nombrado sacristán mayor de la iglesia del Santo Sepulcro. De allí regresó con varias reliquias, entre las que destaca el Lignum Crucis, uno de los trozos de la cruz en la que falleció Jesús de Nazaret. Por eso a quienes se dirigen al monasterio de Santo Toribio de Liébana se les conoce como peregrinos de la Cruz o crucenos. Existen cuatro vías principales de peregrinación al monasterio. Y al igual que la Compostela en Santiago, aquí el peregrino recibe la Lebaniega.

Caravaca es la otra ciudad santa de España. Fue la quinta del mundo en obtener el jubileo perpetuo, concedido por Juan Pablo II. El Camino de la Cruz es un itinerario de 900 kilómetros que enlaza el Camino de Santiago a la altura de Roncesvalles con el Santuario de la Vera Cruz, en Caravaca (Murcia), donde dos ángeles depositaron parte del Lignum Crucis (ahora se conserva una de las astillas).

En 1928, la Virgen de Guadalupe recibió el título de Reina de las Españas o de la Hispanidad. Cinco años más tarde, en 1933, el Real Monasterio de Nuestra Señora de Guadalupe fue declarado Patrimonio de la Humanidad. Este edificio religioso es una mezcla de estilos (gótico, mudéjar, renacentista, barroco y neoclásico) que ya obsesionó a los Reyes Católicos. La reina viajó nada menos que 17 veces hasta Guadalupe. Fue durante muchos años la peregrinación más popular de España. Suele salir de Madrid (257 kilómetros) o de Toledo. Al final, aguarda la Guadalapense.

Una lección de humildad y de liderazgo

Por otra parte, en la segunda jornada del Camino de Invierno se produjo una auténtica lección de humildad y, al mismo tiempo, de liderazgo. En el autocar había medio centenar de peregrinos. Por razones que no vienen al caso se produjeron unas molestas goteras desde los maleteros situados encima de los viajeros. En mi caso, una auténtica cascada. Menos mal que tuve reflejos para salvar de tan sorprendente ducha la mochila y el chaleco que entregan los de Cojebro al empezar la peregrinación.

Quejas de los pasajeros. Pero nadie hacía nada. Hasta que se levantó el presidente de Cojebro con una bayeta a secar las insidiosas gotas de agua. El ejemplo fue secundado por este cronista, haciendo lo mismo con la parte de atrás del autocar. Pero sin la lección de humildad (el presidente de una de las mayores organizaciones de corredores de seguros limpiando con un trapo los estragos del agua) y de liderazgo, yo nunca hubiera dado el paso. Y me habría quedado en la queja, en vez de apostar por la solución. Como todos, menos uno.

Buen Camino.