Amado Cabrales

Miguel Ángel Valero

La tercera jornada del Camino de Invierno, más larga que un día sin pan pero una gran oportunidad de conocer sin frío ni calor y sin lluvia la variedad de paisajes de esta zona de Galicia, ha tenido un rotundo vencedor a la hora de la comida. El Cabrales aportado por la rama asturiana de Cojebro, Amado. Y mira que tenía grandes competidores, como las sobrasadas (una pica y la otra no), las anchoas, o las empanadas, sublime la de zamburiña. Pero el amado Cabrales, o el Cabrales de Amado, ha triunfado en los paladares de los hambrientos peregrinos. Vamos, que ha sido un visto y no visto, sobre todo para el estómago agradecido.

Las morcillas mejoran, pero sigue la nostalgia por la mano experta y la vuelta y vuelta marca exclusiva de Diego Bacigalupe.

Opiniones encontradas en torno al caldo gallego o pote elaborado por las cocineras del Lía. Como siempre, por otra parte.

Si el gran triunfador ha sido el Cabrales, el gran derrotado muestra cómo las buenas intenciones, que emparedan el infierno, no siempre son ideas útiles. Pretender sustituir el Pacharán casero de Marcos Barón, palabras mayores en la ingesta de alcohol, por un producto comercial es un error. Los destinatarios agradecen el detalle, pero aquí no hay ni debate ni color. 

Esto me recuerda una frase de Juan Crisóstomo en sus Homilías sobre I Corintios XXV, 3: "Ningún acto de virtud puede ser grande si no se sigue también provecho para los otros".

De todo se aprende.

Buen Camino, ahora que estamos rozando con la mirada la meta de la catedral.