El Celler Sant Llop ha puesto en marcha un proyecto que tiene como objetivo la recuperación del cultivo de la vid en el Pla de l'Estany, donde se empezó a elaborar vino hace 2.000 años. Esta iniciativa pretende dar a conocer un producto que mantiene una relación directa con la zona en la que se produce. En la antigua villa romana de Vilauba, primero, y posteriormente en el conjunto de Miànigues, se había iniciado el cultivo de la vid siglos atrás y la producción de vino no se detuvo hasta finales del siglo XIX con la aparición de la filoxera.
Más de 100 años después, la voluntad es recuperar este trabajo y hacer un vino que esté estrechamente vinculado con la historia del territorio. Éste es el punto de partida de la Bodega Sant Llop, que ha presentado los frutos de su primera etapa de trabajo. Son 4.800 botellas de vino tinto y vino rosado “La Milla XI”, nombre que hace referencia a la piedra miliar que señalaba el punto exacto en el que estaba ubicado en la antigua vía romana que conectaba Girona con Santa Pau.
Sus viñedos, un terreno con unas características únicas en el Terraprim del Pla de l'Estany, tienen una superficie de 4 hectáreas y cuentan con más de 11.000 cepas. El objetivo es doblar este espacio y aumentar la producción hasta las 40.000 botellas.
Sin ninguna voluntad de copiar el vino que se hacía en la época romana, esta iniciativa ambiciona buscar la traza de esta zona donde ha hecho crecer sus viñedos y al mismo tiempo aprovechar su legado. Ha encontrado la relación entre los pobladores de Vilauba, primero, y después los habitantes del conjunto de Miànigues, y ha recuperado su actividad agrícola para crear un producto vinculado con el terreno y su historia.
Marc Bramon, representante del Celler Sant Llop, explica que la iniciativa "quiere poner en valor el territorio en el que tenemos nuestras raíces. Un proyecto sostenible que queremos que se integre en este sitio y que perdure en el tiempo, como se ha venido haciendo en esta zona desde hace siglos. Queremos convertirnos en un escenario que permita reencontrar algo que siempre ha estado entre nosotros. El objetivo es recuperar el cultivo de viña y elaborar vino para reencontrar un legado que despierte sinergias comerciales y culturales de una zona especial”.
“Este proyecto tiene una clara vocación integradora y por eso lo conforma un equipo de trabajo que presenta un abanico de profesionales de diferentes ámbitos, como historiadores, enólogos, sumilleres, arquitectos, campesinos y artistas, entre otros, que tienen el vino como hilo conductor”, destaca.
Los viñedos del Celler Sant Llop están situados en el mismo emplazamiento en el que se establecieron los primeros pobladores de la villa romana de Vilauba, que tiene su origen en el siglo I y perduró hasta el año 700, a finales del reino visigodo. El primer paso de la bodega ha sido buscar la traza de la historia de esta zona, que posteriormente tuvo continuidad al acoger el conjunto de Miànigues, que tiene su origen en la evolución de la misma Vilauba y se tienen referencias a partir del año 957. El yacimiento de Vilauba fue descubierto el siglo pasado, es catalogado como Bien Cultural de Interés Nacional por el Departamento de Cultura de la Generalitat, y su nombre hace referencia a una masía cercana al yacimiento. Esta villa estaba dividida en dos áreas: un espacio residencial en la zona norte, mientras que en la zona sur se han encontrado estructuras relacionadas con la producción de aceite y vino. Vilauba estuvo activa durante 700 años y contaba con 17 hectáreas de viñedo, mientras que el terreno de Miànigues fue de 10 hectáreas.
El paso del tiempo y los hallazgos que se han hecho posteriormente (prensas, almazaras, utensilios y cepas, entre otros), confirman que esta actividad siempre ha sido viable y sólo se vio interrumpida por la llegada de la filoxera, que acabó con el viñedo en la segunda mitad del siglo XIX.
El arqueólogo e historiador Joaquim Tremoleda ha explicado que esta iniciativa "permite recuperar el hilo histórico de una tierra que ya era productiva desde la época romana y que se simboliza con la existencia de Vilauba y su actividad. Era un sitio que estaba situado muy cerca del paso de una vía marcada con miliarios (el punto exacto que marcaba cada milla)”. Ha dicho también que “desde la primera fase de Vilauba, hacia el siglo I, ya tenemos conocimiento de la existencia de restos de viñedo. Hay dos prensas y una bodega, lo que indica que una de las actividades de esta casa era la producción de vino. Hemos encontrado una gran cantidad de granos de uva sobre el adoquinado del patio, donde habría vid emparrada en una pérgola. Pero también más adelante, en la época medieval, volvemos a encontrar en gran cantidad. Dentro del pozo había trozos de cepas de uva muy bien conservadas, entre otras cosas que se lanzaron”. Igualmente, ha recordado que "sin embargo, en el establecimiento anterior a la villa, hace más de 2.000 años, ya sabemos que se consumía vino importado de Italia". En este sentido, ha afirmado que "el vino es la cultura del trabajo de la tierra y de compartir sus frutos, de la dedicación y, al fin y al cabo, de la sociedad en general".
El sumiller Ferran Vila apunta: “Este proyecto comienza de cero, pero focaliza su hilo conductor en una historia real, que tuvo su punto de partida siglos atrás. En la antigüedad había más de 190 tipos de vino distintos. Su producción empezó en Vilauba debido a la expansión del imperio romano y es una bebida que se puso de moda. Un romano podía llegar a beber entre 4 y 4,5 litros diarios y muchas familias vivían exclusivamente del vino. Existían numerosas variedades y distintos tipos de uva, se hacían muchas mezclas. Era una manera de hacer diferente y ahora recuperamos su naturaleza”,
El vino rosado ha sido elaborado con un 65% de uva syrah y un 35% de garnacha tinta. “Hemos querido mantener la mejor calidad y por eso hemos hecho 1.200 botellas de rosado, aunque hubieran podido ser más. Fue una añada complicada, pero hemos extraído un zumo muy bueno, tocando muy poco la uva y presionándola durante dos horas por su propio peso. El resultado es un vino agradable, ligero, fácil de beber, fresco y de una intensidad aromática que recuerda a los frutos rojos dulces, como las frambuesas y la grosella”.
La Milla XI tinto está hecho a partir de garnacha (80%) y syrah (20%) y, en este caso, su producción es de 3.600 botellas. “Tenemos un viñedo joven y fuerte que ha arraigado muy bien porque el terreno del que disponemos está bien preparado. Esto ha sido clave en una añada marcada por una climatología difícil. Tuvimos que tratar con cariño la uva y eso nos ha permitido elaborar este vino, que ha estado tres meses en madera para darle un poco más de cuerpo y fuerza. Tiene aromas herbáceos y no tan afrutados, con toques de flores de margen y un final sutil de regaliz y romero”.
Xavi Cornejo, técnico de este proyecto, asegura que la dinámica territorial del emplazamiento de Vilauba, primero, y más tarde de Miànigues, ya predisponía a plantar cepas con éxito, como se hacía siglos atrás y cómo se está produciendo en la actualidad: "Este terreno tiene una dinámica propia, con una climatología concreta, una orografía, un entorno cultural y un tipo de subsuelo que permiten que se pueda elaborar vino en las mejores condiciones posibles".
La bodega recibe su nombre de una antigua leyenda que recuerda la figura del pastor Sant Llop, que tenía la capacidad de asustar a estos animales. El resto de los pastores le pedían ayuda para alejar a los lobos de sus rebaños. Miànigues se caracteriza por tener unas tierras muy fértiles, por lo que la presencia del ganado era habitual y la amenaza del lobo era constante. De esta forma, San Lobo se convirtió en el patrón del pueblo. Igualmente, en el norte de esta misma zona existía en el Mas Campolier (Sant Ferriol) el llamado hoyo del lobo, que se utilizaba como trampa para capturar a estas bestias si se acercaban demasiado a los rebaños.