Los analistas y los medios de comunicación hablan continuamente del Producto Interior Bruto (PIB) y su crecimiento. Todos entendemos que a mayor PIB, mejor estaremos. Pero, ¿hasta qué punto esta variable refleja nuestro “bienestar”? El PIB es, en realidad, una medida de actividad económica. Usarlo como indicador de bienestar económico tiene limitaciones y resulta impreciso, señala Gabriel Quirós, asesor de la Dirección General de Economía del Banco de España.
Esta entrada en el Blog del Banco de España explica las diferencias básicas entre PIB, bienestar económico y bienestar en general, y cuáles son los indicadores adicionales para medir estos dos últimos conceptos. También muestra cómo varía la posición relativa de España en una comparación internacional, según se use uno u otro indicador.
El PIB mide el valor monetario de la producción de bienes y servicios en un territorio. Se puede definir, alternativamente, como la suma del consumo, la inversión y las exportaciones netas (exportaciones menos importaciones), de la producción de todas las empresas del país, o de las rentas (salarios, beneficios, etc.) de los agentes económicos. El PIB y la renta per cápita, el ingreso por habitante, son medidas muy utilizadas para medir el desarrollo económico de un país. De acuerdo con estas métricas, España se sitúa entre las 20 mayores economías del mundo y se considera un país de ingreso alto
El PIB tiene importantes carencias cuando se usa como medida del bienestar, que es un concepto mucho más amplio y complejo, pues éste se refiere a aquellos aspectos que contribuyen a la calidad de vida de la sociedad en su conjunto. El bienestar se refiere a la calidad de vida. El PIB es un indicador de la actividad económica. Cuando se usa para aproximar el bienestar, se hacen evidentes sus carencias
Tales limitaciones son conocidas desde hace tiempo. Ya hacia el final de la prodigiosa fase de crecimiento económico de la posguerra mundial, en 1973, William Nordhaus y James Tobin, ambos premios Nobel, criticaron el concepto y medición del crecimiento a partir del PIB en Is Growth Obsolete? (¿Es obsoleto el crecimiento?). En este artículo ahondaron, en particular, en la sostenibilidad del crecimiento, sobre todo cuando éste conlleva la extracción de recursos naturales y el deterioro del medio ambiente.
Más de tres décadas después, en 2009, la Comisión Stiglitz –otro premio Nobel– recomendó en su informe Beyond GDP el desarrollo de indicadores “más allá del PIB”, que cuantificaran otros aspectos del bienestar económico, pero no criticaron el PIB como tal. Así se empezó a prestar más atención a indicadores ya existentes, pero poco usados, y se desarrollaron otros que abordan distintos aspectos relevantes para el bienestar, como ilustra el esquema:
Cuando se consideran estos conceptos más amplios, España –como otros países europeos– escala posiciones en la clasificación global, como en el Índice de Desarrollo Humano que incluye, además de la renta per cápita, indicadores de salud y educación. Es posiblemente la medida más utilizada para aproximar el bienestar, pero no deja de ser una medida más, sobre la que no hay consenso.
Cuanto más nos alejamos del concepto del PIB, más complejo resulta definir y cuantificar el bienestar. Es lógico: frente a la “objetividad” del PIB y los precios de mercado, ¿cómo medir el bienestar de la sociedad cuando hay tantos elementos, y tan heterogéneos, que lo determinan?
De hecho, la propia medición del PIB tiene sus dificultades. En tal medición, el precio de los bienes y servicios juega un papel crítico. Pero los precios reflejan, en muchos casos, la escasez de unos bienes con relación a otros, y no necesariamente su contribución al bienestar. Por ejemplo, a pesar de que sin agua no hay vida, el precio del agua es mucho menor que el de los diamantes, ya que estos últimos son, en términos relativos, muy escasos. Por lo tanto, la aportación del agua al PIB es muy baja y la de los diamantes muy alta, con relación al bienestar que generan.
Además, la creciente digitalización económica y social añade desafíos adicionales a la estimación de los indicadores macroeconómicos y, más aún, de los relacionados con el bienestar. Por ejemplo, algunas plataformas digitales nos ofrecen el consumo de servicios “gratis”, como vídeos, redes sociales, comunicación o mensajería. Son transacciones fuera de mercado, gratuitas o sin precios explícitos, cuyo coste para el usuario es “sólo” la cesión de algunos datos personales.
Pero ¿ha aumentado su bienestar o el de su hogar el uso de dispositivos digitales y de las redes sociales? Es una pregunta para reflexionar. En cualquier caso, hay un considerable consenso entre los economistas que el efecto neto de la digitalizaciónAbre en nueva ventana es una infraestimación del consumo, del PIB y, sobre todo, del bienestar económico y general, y una cierta sobreestimación de la inflación.
Una cuestión adicional es cómo presentar las medidas de bienestar: ¿un indicador compuesto o un panel de indicadores complementarios? El indicador compuesto más conocido es el Índice de Desarrollo Humano. Los indicadores compuestos tienen el atractivo de resumir en un número toda la información disponible, pero es necesario asignar ponderaciones a cada uno de sus componentes, lo que tiene siempre algo de arbitrariedad.
Este problema no se da en los paneles de indicadores, puesto que éstos presentan la información de un modo desagregado. Sin embargo, la comunicación de esos paneles es difícil para el público en general y suele requerir un conocimiento más detallado del tema.
En definitiva, el PIB es la medida más relevante para valorar la actividad económica, pero debe complementarse con otros indicadores para tratar de aproximar mejor el nivel de bienestar en la sociedad. En todo caso, debemos explicitar qué se entiende por bienestar y concretar sus distintas dimensiones. Se sigue trabajando en muchos frentes, pero la medición del bienestar está lejos de ser un asunto resuelto y mucho menos consensuado.