Miguel Ángel Valero
París, 1963. Roland, el menor de una familia de seis hermanos, sufre una malformación en un pie. Según los médicos nunca podrá caminar, pero su testaruda madre, Esther, simplemente se niega a aceptarlo. Mediante una combinación de fe inquebrantable y negación excepcional, la mujer está decidida a desafiar cualquier adversidad para conseguir que su hijo sea feliz.
Érase una vez mi madre (el título original refleja mejor lo que cuenta la película: Me Mère, Dieu et Sylvie Vartan, Mi madre, Dios y Sylvie Vartan) es la historia real de Roland Perez, nacido en 1963 con el pie equinovaro, una malformación en la que la extremidad se encuentra torcida e invertida hacia dentro y hacia abajo y que, por aquella época, implicaba que el recién nacido nunca podría caminar solo. Pero para Esther, su madre, eso nunca fue una opción. Su hijo iría a la escuela por su propio pie, tuviese que molestar a médicos, a Dios o a la mismísima cantante Sylvie Vartan. Y eso es exactamente lo que hizo.
La historia de Perez, un abogado muy conocido en los medios de comunicación franceses y que él mismo convirtió en novela (también es el guionista de la película), se convierte en una comedia que narra, no la vida del niño, sino la de la madre, la mujer que luchó tanto por su hijo, incluso cuando él no quería ser cuidado.
En ese sentido, la película dirigida por Ken Scott y protagonizada por Leïla Bekhti (la madre) y Jonathan Cohen (el hijo, ya adulto), Milo Machado (niño) y Gabriel Hyvernaud (joven) demuestra que si no existieran las madres, habría que inventarlas, incluso en esos momentos en los que su descendencia exige su propio espacio para vivir libremente.
La madre y su tesón brilla por méritos propios en esta historia en la que los vínculos afectivos son la clave de esta superación de la discapacidad, Leïla Bekhti ('Un profeta') interpreta de manera excelente a esa madre hasta su vejez. Demuestra ser una actriz capaz de soportar el peso de un personaje tremenda y visceralmente complejo.
En cambio, la historia funciona mucho mejor en la infancia de Roland (magnífico Milo Machado) que en la juventud (Gabriel Hyvernaud) y que cuando ya es adulto (más flojo el cómico Jonathan Cohen).
Roland caminando con las manos y arrastrándose por el suelo de la casa, su madre llevándole a hombros siempre por la misma esquina de cada calle, el padre resignado a un presente de obsesión, las canciones de Sylvie Vartan, la complicidad de los hermanos en el afán de superación de su madre. Son escenas geniales, inolvidables.
El problema es que, cuando su hijo ya es adulto, la madre sigue ejerciendo como si todavía fuera un niño con discapacidad, mostrándose excesivamente dominante y asfixiante, impidiendo que haga su propia vida.
En el fondo, la película no solo muestra el amor de una madre, lo que puede hacer por su hijo, sino también, y sobre todo, las distintas maneras de amar que tiene el hijo, de cómo evoluciona con la edad hasta llegar a ese momento supuestamente adulto en el que da pereza llamarla, asombra darse cuenta que no la conoces en absoluto, y de que la cuestión central es enfrentarse al pasado, a sus propios miedos.
Los dos protagonistas, madre e hijo, evitan que la película sea una recopilación de anécdotas sobre un niño con el pie equinovaro y lo hermoso y ejemplar que es la lucha por la superación de una discapacidad, y logran que el espectador salga del cine, no debatiendo si se trata de una comedia o de un drama, sino con la sensación de haber disfrutado de una historia adorable, dulce, divertida, que engancha emocionalmente.
La cantante y actriz Sylvie Vartan aparece en la película haciendo de sí misma, lo que no deja de ser un gran acierto. La introducción de su música y de sus canciones, claves en la vida y en la superación de la discapacidad por parte de Roland (hasta aprende a leer gracias a ellas), es su mejor contribución. Tiene la habilidad de asumir un papel secundario en toda la historia. Aunque siempre quedarán sus canciones asociadas a esta película.
También hay que destacar el gran acierto que tiene A Contracorriente Films en llevar a las salas españolas de cine comedias francesas. Por citar algunas, Barbacoa de amigos, Dios mío pero qué te hemos hecho (y sus secuelas).