03Oct

la inteligencia artificial se perfila como uno de los motores más potentes de transformación económica y tecnológica de la próxima década. Sus implicaciones van mucho más allá de los sectores directamente vinculados.

Miguel Ángel Valero

La historia económica nos enseña que resistirse a los avances tecnológicos siempre ha sido inútil. Ocurrió en la Inglaterra del siglo XIX con los tejedores que vieron cómo los telares mecánicos destruían su forma de vida, como pasó después con los conductores de diligencias sustituidos por el ferrocarril y el automóvil, o con los telefonistas que desaparecieron cuando las centralitas se automatizaron. Más cerca en el tiempo, lo vivieron los delineantes con la llegada de programas como AutoCAD, las discográficas ante la música en “streaming” o los videoclubs frente al auge de plataformas como Netflix. 

"Hoy ocurre lo mismo con la inteligencia artificial. Lo que está en juego no es la tecnología en sí, sino nuestra capacidad de adaptación", advierte el analista Pablo Gil en The Trader.

Los cambios del pasado fueron graduales. Entre la primera y la segunda Revolución Industrial transcurrieron décadas, permitiendo a varias generaciones aprender nuevos oficios y recolocarse en sectores emergentes. Hoy la situación es distinta: la velocidad de la innovación no da tregua. Lo que antes llevaba medio siglo, ahora ocurre en cuestión de años.

Esto genera un contraste curioso. Los trabajadores de más edad, muchos de ellos con estabilidad financiera, están relativamente protegidos. En cambio, los jóvenes recién graduados son los más vulnerables: se han preparado para empleos de entrada que la IA ya puede hacer en segundos, desde análisis de datos hasta redacción de informes. Por eso el desempleo juvenil crece más rápido que en otros grupos de edad. Y un exceso de jóvenes sin oportunidades nunca ha sido buena receta para la estabilidad social.

El otro gran reto es la desigualdad que provoca la disrupción. Hoy las ganancias se concentran en unos pocos sectores y compañías: fabricantes de chips, plataformas de nube, líderes en software y en IA. Mientras tanto, industrias intensivas en servicios como el comercio, la hostelería o la sanidad apenas perciben mejoras de productividad. Estamos ante un progreso asimétrico: unos pocos avanzan a toda velocidad mientras otros se quedan rezagados.

El futuro será inevitablemente disruptivo. La robótica eliminará millones de empleos, los vehículos autónomos transformarán el transporte y la logística, y la salud vivirá una revolución que ampliará nuestra vida útil de forma radical. Todo esto sucederá en menos de una generación. No hay duda de que mejorará la calidad de vida global, pero la transición será dolorosa para muchos.

La tentación política será prometer la protección de los empleos amenazados y garantizar una renta básica. Sin embargo, el verdadero papel de los gobiernos no debería ser preservar el pasado, sino ayudar a que las personas se adapten al futuro. Formar, reciclar, facilitar la movilidad laboral y, sobre todo, preparar a los jóvenes para los trabajos que realmente existirán.

Estamos entrando en una década en la que se cruzarán varios frentes: disrupción tecnológica, tensiones geopolíticas, problemas de deuda y un relevo generacional en el liderazgo político y social. Un cóctel que exige reflexión y preparación. Pero por encima de todo, la pregunta clave será: ¿cómo quiere situarse cada uno de nosotros? ¿Entre quiénes intentan resistirse a lo inevitable o entre quienes buscan aprovechar la ola para crear nuevas oportunidades?

El futuro no será sencillo, pero nunca lo ha sido en momentos de gran transformación. Cada revolución tecnológica trajo consigo miedos, incertidumbres y pérdidas, pero también abrió la puerta a un mundo con más bienestar, más opciones y más posibilidades. Esta vez no será diferente. Quienes se preparen, aprendan y abracen el cambio tendrán delante un horizonte lleno de oportunidades. 

"El reto no está en detener la disrupción, sino en decidir de qué lado de la historia queremos estar", subraya Pablo Gil.

Columbia Threadneedle: el motor de la próxima década

Michael Guttag, senior portfolio manager de Renta Variable de Columbia Threadneedle Investments, cree que la inteligencia artificial se perfila como uno de los motores más potentes de transformación económica y tecnológica de la próxima década. Sus implicaciones van mucho más allá de los sectores directamente vinculados. 

La IA está transformando la dinámica de la demanda energética con los centros de datos como grandes impulsores del consumo eléctrico. "Nuestras previsiones apuntan a que, para 2030, estos centros podrían representar más del 20% del consumo total de energía en EEUU, y que las instalaciones específicas para IA superarán a las convencionales en 2027", explica.

Este auge presenta tanto desafíos como oportunidades para el sector de los servicios públicos: se beneficiarán de la mayor demanda, pero deberán afrontar limitaciones de infraestructura, largos plazos de entrega en nueva generación y transmisión, así como una creciente oposición local a la ubicación de los centros de datos.

La gestión de las cargas térmicas es otro reto clave. La potencia de procesamiento necesaria para desarrollar y ejecutar modelos de IA genera un calor considerable. Se prevé que la demanda de refrigeración aumente de 10.000 millones$ en 2024 a 60.000 millones de dólares en 2030. El mercado de refrigeración líquida, valorado actualmente entre 2.000 millones y 3.000 millones, podría multiplicarse por diez y alcanzar el 40% del gasto total en refrigeración de centros de datos para 2028.

Tecnologías como la refrigeración directa al chip y la refrigeración por inmersión están ganando protagonismo, y las unidades de distribución de refrigerante (CDU) se perfilan como componentes críticos.

"Observamos inversiones con soluciones avanzadas y un papel creciente de las fusiones y adquisiciones, a medida que las empresas buscan ampliar sus carteras en este sector", apunta este experto.

Los principales obstáculos al crecimiento de la IA no son barreras estructurales, sino desafíos, y pasan por un conocimiento aún limitado de los casos de uso, unos altos costes de adopción, modelos de precios aún poco definidos y un enorme consumoenergético. Más que frenos, están generando nuevas oportunidades de negocio e inversión. La IA se ha convertido en un catalizador que impulsará la innovación y elcrecimiento en diversos sectores.

"Mantenemos una perspectiva optimista sobre las inversiones en IA y vemos margen para obtener sólidos rendimientos en toda su cadena de suministro. La fuerteinversión en infraestructura, junto con el rápido crecimiento de los datos, refuerza nuestra convicción. Desde la óptica de inversión, identificamos oportunidades específicas en líderes como NVIDIA y Microsoft, pero también en el ecosistema más amplio de facilitadores y proveedores de soluciones para IA", señala.