26 Apr
26Apr

Miguel Ángel Valero

De pequeño viví en la calle Cavanilles. entre el Retiro, la calle Menéndez Pelayo y Pacífico, que tenía como frontera el Puente de Vallecas, que solo atravesaba para ir al ambulatorio. Hasta 2º de BUP estudié en los Dominicos de Atocha con alguien que todos los días iba al colegio desde Vallecas, una zona que unas veces parecía peligrosa y otras estaba rodeada de misterio y leyendas, una especie de Macondo en la capital de España. 

Por eso, ya que no pude asistir a la presentación de la primera parte de 'Vallecas. Los años de barro', de Rodolfo Serrano (guión), y Román López-Cabrera (arte), tenía mucho interés en acudir a la de la segunda  (que incorpora en los flats a Marina Armengol), y de paso adquirir los dos ejemplares. 

En la presentación de la segunda parte en un Ateneo Republicano de Vallecas lleno hasta la bandera, se insistía mucho en que de Vallecas nunca se sale del todo. Y nada hay más cierto que esa frase.

Lo primero que se constata es el acierto de Ismael Serrano, el cantante que en sus ratos libres impulsa la meritoria iniciativa Hoy es Siempre Ediciones, al apostar por este cómic que narra los avatares de Vallecas, y especialmente de Palomeras Bajas. La primera parte de 'Vallecas. Los años de barro' ya lleva cuatro ediciones. 

También el acierto de Rodolfo Serrano en no hacer un libro de historia, pese a que ahora está tan de moda lo de la memoria democrática. Porque, como escribe en el prólogo de la primera parte, "la memoria es engañosa: magnifica algunas cosas y oscurece otras". Y en el de la segunda, "los recuerdos son, en ocasiones, incompletos". 

En realidad es un homenaje a las personas que construyeron de la nada un barrio que el tiempo ha convertido en leyenda, que demostraron que todo es posible cuando detrás está la voluntad de un pueblo. Personas que "se apoyaron mutuamente en los momentos difíciles, que se ayudaron y compartieron esperanzas y sueños por construir un futuro" y que lograron "cambiar su realidad con su trabajo y esfuerzo". 

Un Vallecas que comprobó que lo de la Iglesia de los pobres no era solamente una utopía, con un padre Llanos impidiendo el derribo de una chabola porque "los domingos no se puede trabajar sin permiso del párroco de la zona". Una historia que se contaba en el colegio y que yo pensaba que era otra de las numerosas leyendas urbanas que rodean Vallecas, como la del váter que iba saltando de chabola en chabola para lograr que se conectara la luz. 

Como luego comprobé en San Blas, donde me mudaron del paradisiaco Retiro, las mujeres en Vallecas (y en otros barrios obreros) iban a buscar a los hombres los sábados por la mañana para que no malgastaran la paga en apuestas y vino. 

También, la creación de la Asociación de Vecinos, una historia muy parecida a la que sucedió en San Blas. 

O el pirateo con las bocas de riego para coger el agua. 

Al final, "estas cosas hay que contarlas porque si no se olvidan para siempre". Aunque "el tiempo nos ha ido apartando a unos de otros, pero no ha conseguido que olvidemos". 

Tras leer las dos obras, uno se reafirma en que "el mundo puede cambiar si se une y lucha para conseguirlo". Y en que de Vallecas nunca se sale del todo, incluso para aquellos que no pertenecíamos a ese barrio.

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